This is for anyone with the broken heart.For anyone who cant get out of bed.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Mi casa es un cementerio habitado por espejos.



He leído más libros de poesía mirando una décima de segundo sus ojos que en diecisiete años vagando entre librerías.
He escuchado de su boca más recitales de los que jamás se llegarán a pronunciar en todos los bares de mala muerte. 
He bailado más tangos en sus manos de los que nunca se bailarán en Buenos Aires.
Y me he perdido más veces en sus lunares que en todas las miradas  de Gran Vía.

He vivido a la sombra de un tatuaje.
Así, como lo oyes.
Uno o varios, depende si sólo contamos los de la piel.
Depende.
Depende de muchas cosas.


S

lunes, 29 de diciembre de 2014


Llevo diecisiete años en esto
y sólo he aprendido a llorar.
Necesito un par de alas
para así no querer volar. 


Ahora, el frío es el único que la arropa.

Podría deciros que tengo un amigo en urbanismo al que la codicia corrompió y desde entonces pasa la Nochebuena bajo llave, o que uno que iba conmigo bebió para matar sus penas y termino matando a una familia a la que aún no conocía, y a la que ya no conocerá. Y aunque no sea verdad, podríais llegar a entenderlo.

Pero si os digo que tengo una amiga mendiga que nada tiene y pese a eso tiene mucho más de lo que llegaréis a tener vosotros me miráis con la misma incredulidad que si cuando os cuento que a mis diecisiete años cambiaría todas las noches de fiesta por recitales de poesía.

Así que prefiero no deciros nada, no vaya a ser que me conozcáis mejor.


La miré a los ojos y vi 

todos los fantasmas que escondían sus arrugas.
Fantasmas de reproches
a uno mismo.
Fantasmas de besos que nunca dio, 
de palabras que nunca dijo, 
y que desde entonces se habían acumulado ahí
a la izquierda del dolor 
y a la derecha de la melancolía.

Sólo su pelo cano fue testigo de su gloria.
Poco le queda ya
es otro daño colateral del hambre.
Del miedo.

Pasa sus días a ras del suelo
con el temor que provoca
no saber si cenarás
si mañana aún vivirás.
Pasa sus días a ras del suelo
ella que conoció (y sufrió) el éxito.
Ahora, el frío es el único que la arropa.


S.

domingo, 21 de diciembre de 2014

John Green creó un juego para una de sus novelas: "Mejor y peor día"
Consistía en que cada uno de los personajes, una de las noches que pasaron acampando en medio de ninguna parte, debía contar el mejor día y también el peor de su vida. Y así cada uno de los que esa noche vislumbró el amanecer abría su corazón, y sus recuerdos, a quienes a partir de entonces serían su familia, o a los que ya lo eran. 
Me hizo reflexionar. Sé que era época de exámenes y si no tenía tiempo para respirar aún no sé de donde lo saqué para pensar. Pero lo hice. Y que mal. Creo.

-El día más feliz de mi vida- me repetí una infinidad de veces. El día más feliz de mi vida no ha llegado aún, o eso espero. Y no es mérito mio llegar a esa conclusión, ya lo hizo uno de los personajes. Pero me niego a creer que nunca seré más feliz de lo que ya lo he sido. Por eso cambié la pregunta.
-El día más feliz en lo que llevas de vida- Ahora sí. 
No es la primera vez que me enfrentaba a buscarle una respuesta. De pequeña solía preguntarle a todos los adultos cual había sido. Siempre me ha gustado preguntar. Y nunca responder. Sigo sin hacerlo. Pero eso ya te lo contaré algún día.

El día más feliz de mi vida fue el 24 de diciembre del 2001. Era una cría de apenas cuatro años. Todos mis amigos tenían hobbys propios de niños de la edad, pero yo siempre he sido una niña rara, puede que demasiado, y me encantaba esconderme y que la gente hiciera que me buscaba (en ocasiones terminaban buscándome de verdad pero no era muy buena en este juego y siempre me pillaban con facilidad). Cómo habrás observado era Nochebuena. Mi abuela estaba en la cocina atareada en su día de mayor esplendor. Una mujer que siempre había vivido a la sombra de un marido autoritario y estricto, era el día que todos le reconocían su maravillosa labor en la cocina. Era su día. 
Era la hora de que empezaran a llegar el resto de la familia, y me escondí debajo de la mesa, de tal manera que cuando llegaran les asustaría con un "buuuuuu". Qué ingenua. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Cuando oí la cerradura girar ya estaba en posición, lista para asustar en cuanto pasaran por delante, pero en ese momento se me cayó un diente. No era el primer diente que se me caía, ni el segundo. Eso también es una historia digna de contar pero deberás ser paciente.
Me quedé paralizada. Salí corriendo y arruiné por completo mi más que planeado susto, pero esto era más importante. ¡Un diente menos!.
No recuerdo el resto de la noche. Pero sí que al despertar encima de la cama había un regalo sin abrir. Lo primero que pensé es que a la repipi estúpida de mi prima mayor  se le había olvidado abrirlo. Y cuando mi madre entró por la puerta se lo conté. Y me contestó - ¿A ti no se te cayó ayer un diente? A lo mejor es del ratoncito Pérez- Y grité de emoción tan fuerte como un mico puede hacerlo.
Es un poco triste y debería actualizarlo. Sé que he sido y seré mucho más feliz que el día que vino Papa Nöel y el ratoncito Pérez a la vez, pero mi infancia se basó en imaginarme que a lo mejor se habían echo amigos gracias a mí, y no creo que haya nada más tierno para una niña como la que fui. La que en parte sigo siendo. 



Pero si tantas veces he venido aquí a desahogarme contigo es porque crecí, y ni Papa Nöel ni el ratoncito vinieron de verdad. Y tuve que dejar de soñar, y dejé de pintar, y de vivir pienso a veces. El día más feliz de nuestra vida dice mucho de nosotros, pero el más triste lo dice todo. 
Sé que el peor aún no ha llegado. Y con lo que he sufrido hasta el día de hoy puedo asegurarte que es injusto, pero es así. Se llama vida. Llegará un día tan terrible que desearé repetir todos los días malos pero borrar ese de la historia. Y no se podrá. Nunca se puede.
Hasta el día de hoy, tengo un cupo importante de días que no viviría otra vez. Pero no se nos permite elegir, solo tirar para adelante. Y mucho es.
No recuerdo el día, ni que sucedió, o que llevaba tiempo sucediendo. Pero sí recuerdo como me sentí.
De pequeña vi incontables veces Mujercitas, y cuando la más pequeña de las hermanas se cae al agua congelada porque se rompe el hielo, ya sé lo que sintió. Ya se lo que es no poder respirar, sentir que el frío te congela la sangre y no te llega a la cabeza, ni a los pulmones, que ya no sé ni si estaban en su sitio. Querer respirar y no encontrar tu nariz. Querer gritar y no encontrar tu garganta. Querer correr y que tus piernas se nieguen a moverse y te dejen ahí tirada, ahogándote en oxígeno. Creer que no hay nada más, y no querer que lo haya.



Todo pasa y todo queda, o eso dicen. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

Definición de amor incondicional.




Te quiero.

Y te quiero lo suficiente como para no retenerte
como para dejarte marchar.
Te quiero
y te quiero libre.
Auténtico.
Sin condiciones
sin peros ni limitaciones.
Te quiero por encima de todas las cosas
que no son cosas
y por encima de cualquier obstáculo.
Te quiero
y no quiero que seas mío
ni para mí, ni mucho menos conmigo.
Quiero que seas
y eso, para mí,
es más que suficiente.