Llevo cuarenta y ocho horas
luchando por contener las lágrimas
y ahora me entra la risa
al ver cuan feliz
salgo en fotos
que cuelgo en las redes
para creerme alguien que no soy.
Para contribuir en este círculo vicioso anímico
que siempre acaba igual;
conmigo llorando.
Porque llego a una casa vacía
y no tengo a Indiana para abrazarme
o alguien con quien dormir.
Ni si quiera os hablo de amor.
En eso ya no creo.
Os hablo de escuchar un latido
o una respiración
que calle los coches
los gritos del patio
o los martillazos del sexto.
Que calle la voz que aparece
cuando no tengo quien me proteja
quien me bese buenas noches.
quien tenga miedo de perderme.
Y os repito que
ni siquiera hablo de amor.
En eso ya no creo.