Podría deciros que tengo un amigo en urbanismo al que la codicia corrompió y desde entonces pasa la Nochebuena bajo llave, o que uno que iba conmigo bebió para matar sus penas y termino matando a una familia a la que aún no conocía, y a la que ya no conocerá. Y aunque no sea verdad, podríais llegar a entenderlo.
Pero si os digo que tengo una amiga mendiga que nada tiene y pese a eso tiene mucho más de lo que llegaréis a tener vosotros me miráis con la misma incredulidad que si cuando os cuento que a mis diecisiete años cambiaría todas las noches de fiesta por recitales de poesía.
Así que prefiero no deciros nada, no vaya a ser que me conozcáis mejor.
La miré a los ojos y vi
Fantasmas de reproches
a uno mismo.
Fantasmas de besos que nunca dio,
de palabras que nunca dijo,
y que desde entonces se habían acumulado ahí
a la izquierda del dolor
y a la derecha de la melancolía.
Sólo su pelo cano fue testigo de su gloria.
Poco le queda ya
es otro daño colateral del hambre.
Del miedo.
Pasa sus días a ras del suelo
con el temor que provoca
no saber si cenarás
si mañana aún vivirás.
Pasa sus días a ras del suelo
ella que conoció (y sufrió) el éxito.
Ahora, el frío es el único que la arropa.
S.