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martes, 16 de septiembre de 2014

La última vez que el atlético de Madrid y el Olympiacos se enfrentaron mi abuelo aun vivía. Recuerdo aquel día como si de ayer se tratase, y no dehace mas de seis años.

Llevaba mi conjunto preferido y esperábamos en el andén a que el tren se dignase a venir. No serías el primero en preguntarme por qué tan extrema admiración la mía a un simple medio de transporte. Pero los días mas felices de mi vida, de una u otra manera, podrían resumirse a ellos. (¿Coincidencia? Puede.)

Hacía días que teníamos las entradas y que yo esperaba ansiosa el partido. El calderón rugió con la salida de los jugadores y yo, en mi segunda vez ahí, comprendí por qué eramos de aquel equipo. Apenas un par de minutos y habíamos metido el primer gol. Recuerdo como gritaba mi abuelo, la manera en la que le brillaban los ojos, vivos. Si solo por un instante pudiera volver hay tantas cosas que haría, que diría... Tantas que, paradójicamente, podrían resumirse en un abrazo.

Hoy, el marcador no ha estado de nuestra parte, y en estos seis años, la vida tampoco.
Hoy vuelven a enfrentarse los dos equipos, pero mi abuelo y no está aquí, y la Sophie de hace seis años, tampoco.