Tenía que decirtelo.
Te veo.
Te veo cuando hablas de coches, de dinero y de pivas
cuando hay hielo en tu mirada
y miedo en tus pestañas.
Cuando intentas ser de hierro
y te quiebras con cada calada.
Cuando no consigo hacerte llorar.
Te veo
cuando eres cruel y despiadado
cuando me apuñalan tus palabras
y tu odio me desgarra.
Te veo.
Tanta falta de amor
y tanto amor echado en falta.
Te veo.
Porque eres un niño de ocho años
en la parte de atrás de un coche
y te niegas a quedarte dormido.
Y yo soy una niña
que roza su primer lustro
y ya tiene fantasmas.
Creo que nací con ellos.
Deberías haberlos espantado tú.
Tuviste siete horas.
Te veo.
Y no voy a culparte de mis lacras.
Ni a culparme de los vacíos que guardas
como esa colección de cromos
de la que no dejas de hablar
cuando aún no hemos crecido.
Lo siento.
Por no taparle los ojos
y esperar a estrellarnos.
Por no poder ahorrarnos el dolor
de tantos años.