Hay palabras que nunca seré capaz de decir en voz alta y por eso, a día de hoy, las escribo. Hay veces incluso que mi cabeza me grita por un suspiro y yo le respondo indignada que, robándomelos tu cómo voy a tener suficiente como para regalarlos.
Al escribirlas, quedan guardadas para siempre. Una vez leí en un buen libro que escribir no resucita, entierra. Y qué más dará morir una vez más, echar tierra al asunto y hacer como que soy sin ti, si con solo leerme y verte entre mis letras consigo resurgir un poco más cada día. Menuda estupidez, ¿no crees? Tener miedo a darles voz cuando les doy vida al plasmarlas en un papel.Y cada vez que son leídas, es un pedazo de mí misma que regalo para darles alimento y no sufrir bajas por necesidad.
Aunque tengo que admitir que hay momentos de debilidad que no soy capaz de contenerme y te digo que te quiero. Ojalá tuviera esa facilidad para decirte todo lo que escribo al oído, pero perdería sentido lo que no está en mis palabras y se encuentra escondido entre paréntesis. Aquello por lo que suplico para que nadie entienda (y sin embargo cruzo los dedos para que me fallen y tú lo sepas).
Una vez le hablé a mi hermana pequeña del amor ante su inmensa curiosidad y no nombre tu sonrisa. Recuerdo que en ese momento pensaba, que amor abarcaba mucho más que un beso de buenas noches. Le hablé de libros, películas, amistad, de los buenos momentos, del cariño de una madre... pero no dije tu nombre.Creo que ese pequeño secreto quería guardármelo para mí y solo vivirlo (o mejor dicho vivirte) yo.
Amor eres tú.
Tanto si es conmigo, como sin mí. Aunque no podría decir lo mismo de mi misma.Te escribo, luego existo. Y cada palabra que plasmo tiene de subtítulo tu nombre.