This is for anyone with the broken heart.For anyone who cant get out of bed.

domingo, 28 de febrero de 2016

Yo les llevo bocatas y ellos me dan vida.

Anoche, una hermana más que una amiga, me pidió que le contara un cuento antes de dormir.
Y le hablé de tres historias.
Tres domingos. Tres noches distintas.  Un mismo Madrid.
De Germán, Marina y Grigor.

Le hablé de un banco en frente de una Iglesia
donde conocí a un hombre que se ha acostumbrado a la calle y al frío que le acompaña.
Germán ronda los ochenta y aún no le he visto sonreír.
Germán reniega de los alemanes,
y me contó cómo el imperio germano sucumbió al macedonio hace miles de años.
Dijo nombres que no recuerdo, habló de batallas que no había vivido,
y yo le enseñé las cicatrices que guardo bajo la piel.
Las acarició. Nadie, nunca, las había mirado con amor.
Y de amor, él sí que sabe. Sus ojos albergan un vacío que sólo la muerte puede dejar.
Él amó hasta rasgarse, y no quiere que nadie le diga como unir los pedazos.
Creo que no quiere hacerlo. Será por eso que duerme en una parada de autobús
debajo de la casa de la mujer que se convirtió en la arena de su reloj.
En la estrella de oriente que le guió durante años, y que al apagarse,
le dejó a oscuras, con frío. Le abrazaría  si eso sirviera de algo.
Le diría que una parada de autobús no es un hogar
pero no soy nadie para decirle como recomponerse.
Es una imagen bonita. E irónica.
Las paradas están hechas para personas que vienen  y van.
Son la tangente que une el pasado con el futuro. Ven a tanta gente llegar, y marchar.
Pero nadie se queda. Nadie permanece más de unos minutos.
En cambio, hay un hombre que pasa las hojas del calendario
entre el vaivén de unos pasajeros demasiado ocupados para verle.
Para escuchar todas las cosas que tiene por contar.

Marina vive un parque en la Plaza de Olavide.
Tiene la cara más bonita que hay y no está tan lejos de haber visto un siglo de vida. 
Tiene la piel arrugada y poco pelo.
Muchas bolsas con cosas que no necesita,
y nada de lo que realmente le hace falta. Amor.
Vende poesías,  y ya solo sus ojos son los versos más bellos que podáis imaginar.
La puerta de Alcalá la ve frustrarse,  pero nunca desistir.
Madrid no está preparado para verla marchar.
La poesía no da de comer, pero hace mucho que para ella comer es secundario.
Le agarraba la mano mientras me hablaba del día que se fue de casa.
Rondaba los veinte y había crecido entre lujos y comodidades. Joyas y regalos.
Pero nunca la habían querido. Había pasado años fingiendo ser quien no era.
Buscando una aceptación que no llegaba. Asintiendo con la cabeza agachada.
Marina no rechistaba. Era sumisa y dócil. Marina se rompía.
Encontró una solución a su opresión
y se le inundan los ojos cuando cuenta que casi acaba con todo.
No lo hizo. Y se alegra. Pero más aún de haberse ido.
Rebelarse tiene sus consecuencias. Vivir en la calle es una de las muchas que ha tenido que pagar. Pero no lo cambiaría por el lujo y la asfixia.
La poesía no le da para ganarse la vida. Pero le da la vida.

Tengo el nombre de una ciudad que nunca he visitado más allá de la mirada de Grigor
que me acercan a la dura historia del que huye de un país que  no le quiere.
Grigor vive en Malasaña, entre cartones y mantas.
Tiene dos amigos cascarrabias y no se ponen de acuerdo con lo que es una garrapata.
Quería formar una familia, pero la vida no le ha dejado.
Vive a dos mil doscientos cincuenta y cinco kilómetros de una hija que le odió durante años
y que ahora, le llama los domingos. Desde que es madre algo ha cambiado.
Ivanna y Joanna. Dos y cuatro años. Viven en Sofía y no conocen a su abuelo.
¿Cómo le explica a una niña que vive en la calle 
 y espera ansioso nuestro bocata del domingo?
Grigor quiere irse lejos, pero no sabe a dónde. No tiene cómo.
 Quiere ver a sus pequeñas una sola vez antes de morir.
Y yo no quiero morir sin que lo haga.
Me habló del alcohol y de que le ayuda a olvidar. Y yo no lo entiendo.
Lo que a mí me aterra a él le salva. Olvidar.
Me miró seriamente a los ojos y, con su acento del este me dijo:


"Cuando uno bebe, el atlántico te llega a las rodillas y te sientes capaz de cruzarlo hasta las américas. Pero a la mañana siguiente, te despiertas, comprendes que todo ha sido una ilusión y que te has ahogado. Otra vez."