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sábado, 26 de julio de 2014

No es sobre lo que merezco, sino sobre lo que necesito.

El reloj marcaba las 10:55, que en verano, significaba que aún no era noche cerrada.
Acababa de perder más autobuses de los que jamás había visto pasar por las no muy transitadas calles de la ciudad. Era sábado. 
10:56, y en un suspiro se escapó toda la (poca) paciencia que aún tenía. Y me harté de esa acera, de el gato que deambulaba cerca, y de los papeles que ofertaban no se qué promoción única y limitada.
Me levanté y agarrando lo poco que llevaba, crucé la calle de la única manera en la que se debería cruzar una calle, en rojo. En esas situaciones en las que esta rojo para los peatones, pero también para los conductores y no entiendes a quién diablos se le permite pasar. Entonces. 
Crucé, y en una plaza no muy lejana descubrí una (un poco cutre) feria del libro, a lo pueblerino. Apenas un par de casetas con libros ordenados de A a Z, por tema, por autor e incluso por año. 
Si me conocieras, sabrías de sobra que cuanto más antiguo, más mio. 
Y como siempre, uno de los libros destacó por encima de los demás, puede que solo para mí. En la cubierta, un joven moreno con sombrero, una imagen desgastada, un título y un nombre. "Metamorfosis"- Franz Kafka decía. Recordé la feliz tarde de invierno que pasé en la casa del escritor del que apenas sabía nada, y que, tras leer la contraportada del libro hizo que me arrepintiese por completo de no haberle prestado atención a nuestra guía, que la pobre hablaba más bien a las estatuas que se encuentran en la entrada de la casa-museo, que al grupo de adolescentes a quienes acompañaba.
Tres euros y el libro era mio. Tres euros. No pude remediar preguntarme como era posible que una copa de alcohol, esa misma tarde, me hubiese costado el doble. ¿En qué mundo vivimos si el alcohol cuesta más que el arte?. Si invertimos más en matarnos que en salvarnos, pues la literatura salva del mismo modo que las palabras.
Volví a la parada, en la que aún estaban los papeles propagandísticos y el gato, esta vez, jugando con ellos. 
Me senté y comencé a leer la biografía del que hasta el momento era un total desconocido para mí, a excepción de que conocía su nombre y nacionalidad checa. 
Apenas llevaba unas pocas páginas cuando llegó un autobús del que se bajaron un grupo de guiris. 11:13. Típica hora en la que, un sábado de verano como aquél, comienza la noche para la mayoría de extranjeros. Y más de uno me miró con intenciones no diría yo muy éticas, esperando que con un poco de suerte y unos cutres cumplidos, yo cayese rendida por mi falta de cerebro. 
Pero no fue el caso.
Y no por ello pretendo decir que yo fuese mejor que las chicas que se resignan con el primero que las sonríe, ni mucho menos. A lo mejor no merezco nada mejor que eso. Pero  no es sobre lo que merezco sobre lo que esta noche he decidido escribir, sino sobre lo que necesito. 
Necesito personas con quienes debatir si tenía razón Jostein Gaarder, si no somos más que parásitos que habitan la piel de un conejo que sale de la chistera de un mago durante un truco de magia. Personas que sepan darle más importancia a Oskar Pollak que a Kafka, y que sientan más compasión por el Otto Frank que por su hija Anna. Personas que se planteen las cosas, que lean poesía o que no lo hagan, pero que hagan algo.
No quiero pasarme mis días rodeada de gente cuya única ambición es un cuerpo perfecto y su única duda que vestir. Quiero personas que se planteen las cosas, que me contradigan y me hagan grande. 
Como ya he dicho. No sé si merezco a este tipo de personas, pero sé que son lo que necesito.